ARQUITECTURA FUTURISTA
Sant'Elia/Marinetti, 1914

Desde el siglo XVIII no ha existido ninguna arquitectura. Lo que se llama arquitectura moderna es una estúpida mezcla de los elementos estilísticos más variados utilizados para enmascarar el esqueleto de la casa moderna. La belleza nueva del hormigón y del hierro es profanada por la superposición de carnavalescas incrustaciones decorativas, que no están justificadas ni por la necesidad constructiva ni por nuestro gusto, y cuyo origen hay que buscar en la antigüedad egipcia, india o bizantina o en ese asombroso florecimiento de idioteces y de impotencia conocido por neoclasicismo».


En Italia, estos productos de rufianería arquitectónica son gratamente recibidos, y la rapaz incapacidad extranjera es calificada de invención genial, de arquitectura novísima. Los jóvenes arquitectos italianos (aquellos que alcanzan una reputación de originalidad a través de maquinaciones clandestinas de las publicaciones artísticas) muestran su talento en los barrios nuevos de nuestras ciudades, donde una alegre ensalada de columnas ojivales, de follajes del siglo xvi, de arcos góticos, de pilastras egipcias, de volutas rococó, de putti del siglo xv y de cariátides hinchadas pretenden considerarse como estilo y presumen arrogantemente de monumentalidad. La caleidoscópica aparición y desaparición de formas, el multiplicarse de las máquinas, el aumento diario de las necesidades impuestas por la rapidez de las comunicaciones, por la aglomeración de la gente, por las exigencias de la higiene y cien fenómenos más de la vida moderna, no producen ninguna preocupación a estos sedicentes renovadores de la arquitectura. Siguen aplicando obstinadamente las reglas de Vitruvio, de Vignola y de Sansovino y con algunas publicaciones de arquitectura alemana en la mano tratan de reimprimir la imagen de la imbecilidad secular en nuestras ciudades, que deberían ser la inmediata y fiel proyección de nosotros mismos.


Así, este arte de expresión y síntesis se ha convertido en sus manos en un ejercicio estilístico vacuo, en una repetición de fórmulas mal empleadas para camuflar de edificio moderno la vulgar aglomeración de ladrillos y piedra. Como si nosotros, acumuladores y generadores de movimiento, con nuestras prolongaciones mecánicas, con el ruido y la velocidad de nuestra vida, pudiéramos vivir en las mismas casas, en las mismas calles construidas para sus necesidades por los hombres de hace cuatro, cinco, seis siglos.


Esta es la suprema imbecilidad de la arquitectura moderna, que se repite con la complicidad mercantil de las academias, prisiones de la inteligencia, donde se obliga a los jóvenes a la onanística copia de modelos clásicos, en lugar de abrir sus mentes en busca de los límites y de la solución del nuevo e imperioso problema: «La casa y la ciudad futuristas». La casa y la ciudad espiritual y materialmente nuestras, en las que nuestra existencia turbulenta pueda desenvolverse sin parecer un anacronismo grotesco.


El problema de la arquitectura futurista no es un problema de recomposición lineal. No se trata de encontrar nuevas molduras, nuevos bastidores de ventana y de puerta, substitutos de columnas, pilastras, ménsulas, cariátides, gárgolas. No se trata de dejar la fachada con los ladrillos desnudos, o de enlucirla, o de revestirla de piedra, ni de establecer diferencias formales entre edificios nuevos y viejos. Se trata de crear de nueva planta la casa futurista, de construirla con todos los recursos de la ciencia y de la técnica, de satisfacer hasta el límite todas las exigencias de nuestra forma de vida y de nuestro espíritu, de rechazar todo lo que sea grotesco, molesto y ajeno a nosotros (tradición, estilo, estética, proporción), estableciendo nuevas formas, nuevas líneas, una nueva armonía de perfiles y volúmenes, una arquitectura cuya razón de ser se base solamente en las condiciones especiales de la vida moderna, cuyos valores estéticos están en perfecta armonía con nuestra sensibilidad. Esta arquitectura no puede estar sujeta a ninguna ley de continuidad histórica. Tiene que ser tan nueva como nuevo es nuestro estado anímico.


El arte de construir ha podido evolucionar en el tiempo y pasar de un estilo a otro a la vez que mantenía inalterados los caracteres generales de la arquitectura, porque, en la historia, son frecuentes los cambios de moda y los cambios determinados por sucesivos movimientos religiosos y regímenes políticos, pero son rarísimos los factores que producen cambios profundos en las condiciones ambientales, que derrocan lo viejo y crean lo nuevo, factores como el descubrimiento de leyes naturales, el perfeccionamiento de los medios mecánicos, el uso racional y científico del material.


En la vida moderna, el proceso de la evolución estilística consecuente de la arquitectura se ha detenido. «La arquitectura rompe con la tradición. Obligatoriamente debe volver a empezar desde el principio».


El cálculo de la resistencia de los materiales, el empleo del hormigón armado y del hierro, excluyen la «arquitectura» en el sentido clásico y tradicional. Los materiales modernos de construcción y nuestras nociones científicas, no se prestan en absoluto a la disciplina de los estilos históricos y son la causa principal del aspecto grotesco de los edificios a la moda, en los cuales se intenta obligar a los miembros de soporte espléndidamente ligeros y esbeltos y a la aparente fragilidad del hormigón armado a imitar la pesada curva de los arcos y el masivo aspecto de los mármoles.


La formidable antítesis entre el mundo moderno y el antiguo es consecuencia de todo aquello que existe ahora y antes no existía. En nuestra vida, han entrado elementos cuyas posibilidades los antiguos ni tan sólo habían soñado. Han surgido posibilidades materiales y actitudes mentales que han tenido mil repercusiones, la primera de todas es la creación de un nuevo ideal de belleza, todavía oscuro y embrionario, pero cuya fascinación ya la experimentan incluso las masas. Hemos perdido el sentido de lo monumental, de lo pesado, de lo estático; hemos enriquecido nuestra sensibilidad con «un gusto por lo ligero, lo práctico, lo efímero y lo veloz». Sentimos que ya no somos los hombres de las catedrales, de los palacios, de las salas de asamblea; sino de los grandes hoteles, de las estaciones de ferrocarril, de las carreteras inmensas, de los puertos colosales, de los mercados cubiertos, de las galerías luminosas, de las vías rápidas, de las demoliciones y reedificaciones.


Tenemos que inventar y reedificar la ciudad futurista semejante a una inmensa atarazana tumultuosa, ágil, móvil, dinámica en todas sus partes, y la casa futurista semejante a una máquina gigantesca. Los ascensores no deben ocultarse como gusanos solitarios en los pozos de escalera; las escaleras, convertidas en inútiles, deben abolirse y los ascensores deben trepar, como serpientes de hierro y cristal, a lo largo de la fachada. La casa de hormigón, de cristal y de hierro, sin pinturas ni esculturas, enriquecida solamente por la belleza congénita de sus líneas y proyecciones, extremadamente «fea» en su sencillez mecánica, alta y ancha todo lo que sea necesario, y no lo que prescriben las leyes municipales, debe levantarse en el borde de un abismo tumultuoso: la calle, que ya no se extenderá como una alfombra al nivel de las porterías, sino que se hundirá en la tierra a varios niveles, que recibirán el tráfico metropolitano y estarán enlazados unos con otros mediante pasarelas metálicas y rápidas escaleras mecánicas.


«Lo decorativo debe ser abolido.» El problema de la arquitectura futurista no debe resolverse plagiando fotografías de China, Persia y Japón, ni aborregándose en las reglas de Vitrubio, sino a golpes de genio y armados de una experiencia científica y técnica. Todo debe ser revolucionado. Debemos explotar los tejados, utilizar los sótanos, reducir la importancia de las fachadas, debemos trasplantar los problemas del buen gusto del campo de la moldurita, del capitelito, del portalito, al más amplio dominio de los grandes agrupamientos de masas», de la «vasta planificación». Acabemos con la arquitectura monumental fúnebre conmemorativa. Desechemos los monumentos, las aceras, las arcadas, las escalinatas, hundamos las calles y las plazas en el suelo, levantemos el nivel de la ciudad.


Yo combato y desprecio :


1. Toda la seudoarquitectura de vanguardia de Austria, Hungría, Alemania y América.
2. Toda la arquitectura clásica, solemne, hierática, escenográfica, decorativa, monumental, frívola, encantadora.
3. El embalsamiento, la reconstrucción, la reproducción de monumentos y palacios antiguos.
4. Las líneas perpendiculares y horizontales, las formas cúbicas y piramidales, que son estáticas, graves, opresivas y absolutamente ajenas a nuestra novísima sensibilidad.
5. El uso de materiales macizos, voluminosos, duraderos, anticuados, costosos.


Y proclamo:


1. Que la arquitectura futurista es la arquitectura del cálculo, de la audacia temeraria y de la sencillez; la arquitectura del hormigón armado, del hierro, del vidrio, del cartón, de las fibras textiles y de todos los substitutos de la madera, de la piedra y del ladrillo que permitan obtener el máximo de elasticidad y ligereza.
2. Que esto no haga que la arquitectura futurista sea por ello una árida combinación de práctica y utilidad, sino que siga siendo arte, es decir, síntesis y expresión.
3. Que las líneas oblicuas y elípticas son dinámicas por su propia naturaleza y tienen un poder emotivo mil veces mayor que el de las líneas perpendiculares y horizontales, y que una arquitectura dinámicamente integrada es imposible sin ellas.
4. Que la decoración, como cualquier cosa sobrepuesta a la arquitectura, es un absurdo y que «el valor decorativo de la arquitectura futurista depende sólo del uso y disposición original del material en bruto o desnudo o violentamente coloreado».
5. Que, de la misma manera que los antiguos encontraron la inspiración para su arte en los elementos de la naturaleza, nosotros ?material y espiritualmente artificiales? debemos encontrar esa inspiración en los elementos del novísimo mundo mecánico que hemos creado, del cual la arquitectura debe ser la expresión más hermosa, la síntesis más completa, la integración artística más eficaz.
6. La arquitectura como arte de disponer las formas de los edificios según criterios predeterminados está acabada.
7. Por arquitectura debe entenderse el esfuerzo de armonizar con libertad y con gran audacia el ambiente del hombre, es decir, convertir el mundo de las cosas en una proyección directa del inundo del espíritu.
8. De una arquitectura así concebida no puede surgir ningún, hábito plástico o lineal, ya que las características fundamentales de la arquitectura futurista serán la caducidad y la transitoriedad. Las casas durarán menos que nosotros. Cada generación tendrá que construirse su propia ciudad». Esta constante renovación del ambiente arquitectónico contribuirá a la victoria del Futurismo», que ya se afirma con las «Palabras en libertad»,el «Dinamismo plástico», la «Música sin barras de compás» y el «Arte de los ruidos», una victoria por la que luchamos sin tregua contra la cobarde adoración del pasado.

 

   

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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