¡Arquitectura y voluntad de época! (1924)

 

Las construcciones de épocas anteriores no nos parecen tan importantes por su realización arquitectónica sino por el hecho, que los templos griegos, las basílicas romanas y también las catedrales de la Edad Media son creaciones de una época entera y no obra de una persona determinada.  ¿Quién pregunta por el nombre de su autor y qué significado tiene la personalidad casual de su constructor?  Estas construcciones son en su esencia completamente impersonales.  Son portadoras puras del espíritu de una época.  En esto radica su significado más profundo.  Solo así podrán convertirse es símbolos de su tiempo.

La arquitectura siempre es la expresión espacial de la voluntad de una época.  Hasta que no se reconozca con claridad esta sencilla verdad no podrá dirigirse con acierto y eficacia la lucha por los fundamentos de una nueva arquitectura; hasta entonces seguirá siendo un caos de fuerzas contrapuestas.  Por ello, la pregunta sobre la esencia de la arquitectura tiene una importancia decisiva.  Se tendrá que entender que cualquier arquitectura está vinculada a su tiempo y que sólo se puede manifestar a través de tareas vivas y mediante medios de su tiempo.  En ninguna otra época ha sido diferente.

Por consiguiente, es un esfuerzo vano intentar que el contenido y las formas de épocas arquitectónicas anteriores sean útiles para nuestro tiempo.  Incluso el talento artístico más pronunciado ha de fracasar en su empeño.  Una y otra vez vemos como arquitectos extraordinarios no son capaces de tener éxito, sólo porque su trabajo no responde al espíritu de la época.  En realidad, a pesar de su gran talento, son diletantes; es indiferente con qué actitud se actúa erróneamente.  Lo importante es lo esencial.  No puede avanzarse hacia delante con la mirada dirigida al pasado, ni por ser portador del espíritu de una época viviendo anclado en el pasado.  En esos casos, responsabilizar de la tragedia a los tiempos que corren es un viejo sofisma de observadores lejanos.

Las aspiraciones de nuestro tiempo se orientan hacia lo profano.  Los esfuerzos de los místicos no pasarán de ser anécdotas.  Por mucho que profundicemos en nuestros conceptos vitales no construimos catedrales.  Tampoco las grandes gestas de los románticos nos dicen gran cosa, pues detrás suyo intuimos el vacío de la forma.  Nuestra época no es enfática, no apreciamos el vuelo de la imaginación sino la razón y el realismo.

Se han de satisfacer las actuales exigencias de objetividad y funcionalidad.  Si además se cumple son sensibilidad, entonces las construcciones de nuestros días tendrán toda la grandeza de la que es capaz nuestra época y sólo un estúpido podría opinar que carece de ella.

Las cuestiones de la naturaleza universal se encuentran en el centro de interés.  La singularidad tiene cada vez menos importancia; su destino ya no nos interesa.  En todos los campos, las realizaciones decisivas llevan la impronta de un carácter objetivo y sus autores suelen ser desconocidos.  Aquí se hace visible la gran tendencia al anonimato de nuestro tiempo.  Nuestras obras de ingeniería son ejemplos típicos de ello.  Se construyen enormes presas, grandes instalaciones industriales, y largos puentes con la mayor naturalidad, sin que se conozca el nombre de sus creadores.  Estas construcciones revelan también los medios técnicos que tendremos que utilizar en el futuro.

Si se compara la pesadez elefanta de los acueductos romanos con las delgadas celosías de las grúas contemporáneas, las macizas bóvedas con la liviandad de las construcciones de hormigón armado, se puede intuir cuanto diferían nuestras construcciones, en cuanto a forma y expresión, de las de tiempos anteriores.  También los métodos de producción industrial no dejarán de tener su influencia en nuestras construcciones.  La objeción de que solo se trata de construcciones utilitarias, carece de importancia.
 
Si se prescinde de toda contemplación romántica, también se reconocerá que las construcciones de piedra de la Antigüedad, las construcciones de ladrillo y puzolana de los romanos, así como las catedrales medievales, son increíbles y audaces obras de ingeniería, y se ha de admitir que las primeras construcciones góticas se percibían como objetos extraños en su entorno romántico.

Nuestros edificios utilitarios sólo podrán considerarse obras de arquitectura cuando sean portadores del espíritu de la época y satisfagan las necesidades del momento.