'TAS EL GOGGENHEIM, LA ARQUITECTURA ICONICA SE HA TENIDO POR MANO DE SANTO'

 

 

Hubo un tiempo en el que incontables  alcaldes o presidentes autonómicos españoles quisieron poner un Gehry en su vida. Animadas por el éxito del Guggenheim Bilbao, muchas ciudades fueron a la conquista de un arquitecto estrella, con resultados desiguales. Llàtzer Moix (Sabadell, 1955), columnista y crítico de arquitectura de La Vanguardia,ha viajado por ellas, indagando en los entresijos de un fenómeno que comienza a dar signos de fatiga. Lo cuenta en Arquitectura milagrosa (Anagrama), libro que arroja luz sobre unos edificios a veces tan "desmesurados e insensatos" como las políticas que los alentaron.

 

- ¿El título, Arquitectura milagrosa,alude a la esperanza que las ciudades depositaron en los proyectos icónicos o a su poder transformador real?

- A lo primero. Durante años los arquitectos estrella deslumbraron a alcaldes y presidentes autonómicos como antaño las apariciones marianas a los pastorcillos. Tras el Guggenheim, la arquitectura icónica se ha tenido por mano de santo. Casi se le atribuían poderes sobrenaturales.



- El fenómeno revela una forma de hacer política que trasluce cierta vanidad.
- Para que se diera este fenómeno eran necesarios dos cómplices: por un lado el arquitecto que empieza a valorar el equilibrio entre forma y función como cosa del pasado, y por otro su colaborador, el político. Por lo general se trata de políticos con poca experiencia como clientes y que desean reproducir el ejemplo del Museo Guggenheim, convencidos de que un icono arquitectónico dará a su ciudad visibilidad, atraerá turismo y estimulará la economía local. El Guggenheim fue un éxito enorme, pero allí se dieron una serie de coincidencias felices que no se produjeron en otros lugares. En los 80 Bilbao era una ciudad en crisis, con un 30 por ciento de paro, que decidió reorientarse hacia el turismo cultural y encontró a Frank Gehry, un arquitecto renombrado, pero que a las puertas de la jubilación aún no había dado el do de pecho.


- ¿En qué fallan las obras que quisieron replicar ese éxito?
- Hay algo en común en muchas de ellas y es que se trata de propuestas desmesuradas con costes desorbitados e insostenibles. Claro que ese puede ser un análisis fácil a posteriori. Aunque en casos como el de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, proyectada por Santiago Calatrava en Valencia, es algo que se veía venir, puesto que no se sustenta en un estudio previo serio sobre las necesidades culturales de la ciudad.


- En Valencia habla usted del ´monocultivo Calatrava´.
- Es algo singular. No conozco otro caso así. La Ciudad surge en en cierta medida de la iniciativa del arquitecto. Y voces autorizadas sostienen que aún podría crecer más si Calatrava propusiera otros edificios interesantes. Es un proyecto complejo que nace con la administración socialista y que luego asume el PP. Lo más censurable es la desviación presupuestaria. Las primeras cifras hablan de 175 millones de euros, en los años 90, y hoy llevan gastados más de 1.100 millones.


- ¿Por qué la arquitectura icónica ha arraigado en España?
- Hay que atribuirlo a los políticos. Por mucho que los arquitectos estrella estuvieran interesados en construir aquí, alguien tenía que abrirles las puertas. Barcelona, Sevilla y Madrid encontraron en los eventos de 1992 el estímulo y los apoyos oficiales para avanzar, generando en el resto de ciudades el sentimiento de estar perdiendo el tren. Y eso coincidió con una cierta recuperación económica, con la llegada de fondos europeos y el boom de la construcción. La rivalidad entre ciudades o autonomías hizo el resto.


- Los costes son a veces desorbitados y la desviación presupuestaria, enorme. ¿No hay control del gasto público?
- No digo que no exista, pero sí que en otros países el control del dinero público es distinto. Por ejemplo, cuando el intercambiador proyectado por Calatrava para la zona cero de Nueva York pasó de 2.000 a 3.200 millones de dólares antes incluso de salir del despacho, tanto el alcalde Bloomberg como otras instituciones pusieron el grito en el cielo. Y el arquitecto rectificó. Mi impresión es que aquí no hay tanta contención. Quieren que les hagan la nueva postal de la ciudad, aunque sea carísima. Y con fondos públicos.


- En el capítulo que dedica al pabellón puente de Zaha Hadid en Zaragoza, da un dato que casi duele: la arquitecta angloiraquí sólo visitó la capital aragonesa en tres ocasiones...
- Sí, se cuenta que cuando le comunicaron que su proyecto era el ganador comentó: ´Qué bien, así podré conocer Zaragoza´. Es de locos. Todo buen proyecto debe basarse en el conocimiento que el arquitecto tiene del lugar.


- ¿Cuáles son los rasgos comunes de los arquitectos estrella?
- De entrada, si están jugando en primera división es porque son muy buenos y potentes. La mayoría además coincidía en afirmar que había llegado el momento de la liberación expresiva y formal, y se lanzaron a una carrera por ver quien ideaba la forma más llamativa, el "más difícil todavía". Se trataba de proveer de imágenes de impacto a un proyecto político, empresarial o ciudadano. Y había que gritar más que el vecino, aunque algunos vendieran la misma moto en todas partes y se convirtieran en franquicias arquitectónicas. La crisis y la saturación han puesto freno al fenómeno, y ellos mismos, que son listos, se han dado cuenta de que en este nuevo mundo en recesión la arquitectura tiene otras necesidades, obligaciones y desafíos.


- Resuma los diferentes casos que analiza en el libro.
- Bilbao es el éxito insospechado. Valencia y Santiago, el ejemplo de cómo una gestión no muy meditada, megalómana, alumbra monstruos insostenibles. Zaragoza, de cómo se complica y encarece todo cuando se tiene que trabajar contrarreloj. Barcelona es una ciudad que hacía las cosas bien y que ha demostrado que también las sabe hacer de otra manera. L´Hospitalet es la ciudad cenicienta, el patio trasero que encuentra en la arquitectura el impulso para dejar de serlo. Y Palafolls, un pueblo de 8.500 habitantes, es la prueba de que para tener arquitectura estelar - un Isozaki y unMiralles-a buen precio hace falta un alcalde culto, que sepa tratar de tú a tú a los arquitectos. Todo lo contrario que Andorra, donde la crisis ha puesto fin a un intento de trabajar exclusivamente con premios Pritzker.

 

 

Articulo original: La Vanguardia                                                       Volver a la pagina de inicio