Entrevistas: Los arquitectos de marca no aportan soluciones universales [Norman Foster]


Lord Norman Foster, paradigma del éxito arquitectónico global, estuvo en Barcelona donde participó en la primera edición del World Architecture Festival. Poco antes de intervenir en este encuentro -organizado desde el Reino Unido y celebrado en el Centre de Convencions Internacional de Barcelona [en el Forum]- Lord Foster habló con el diario -La Vanguardia-. Y lo hizo con la discreción y la prudencia propia de un primer ministro. (Lun Oct 27 2008)

Hace ya más de un año que ganó usted el concurso para la reforma del Camp Nou. ¿Cómo sigue este proyecto?

Hemos mantenido algunos contactos con el Barça. Pero de momento no puedo comunicarle novedades. No hay nada definitivo. El proyecto sigue su curso.

En los últimos diez o quince años la arquitectura ha adquirido enorme popularidad. ¿Vivimos una edad de oro de la arquitectura?


Ha sido sin duda un periodo muy bueno, muy próspero. Eso ha repercutido en la arquitectura de diversas formas. Al principio hubo una etapa experimental, muy intersante. Se dieron iniciativas muy diversas. Pero, al hablar de esta etapa yo no me referiría exclusivamente en los edificios. A mí me atraen más los trabajos relacionados con la creación de espacios públicos. Las ciudades no son sólo un conjunto de edificios. Se definen, y mucho, por los sistemas que relacionan sus distintas partes, que regulan el movimiento, la comunicación, etcétera.


En esta etapa, los grandes arquitectos se han convertido en operadores globales. ¿Qué ventajas e inconvenientes ha aportado esta ubicuidad?


En primer lugar, no creo que éste sea un fenómeno nuevo. En 1665 Bernini fue llamado a Francia para reformar el Louvre. En la construcción de San Petersburgo, en el siglo XVIII, trabajaron arquitectos fraceses e italianos. Le Corbusier construyó en la india, en Chandigarh. Los arquitectos de la Bauhaus acabaron en Estados Unidos; ¿diremos por ello que la obra de Mies Van der Rohe o de Breuer es americana? En mi propia educación influyó Gropius. Brancusi estuvo en Francia... Tenemos tendencia a creer que la tecnología es una exclusiva de nuestra época. Y pensamos lo mismo de la globalización. Pero yo diría que todo esto procede de una vieja tradición.


Usted está en lo alto del escalafón profesional, considerado como uno de los grandes arquitectos, y con cantidad de proyectos. ¿Qué tipo de desafíos se planeta en esta situación?

He sido una persona muy afortunada, porque he podido afrontar todo tipo de retos profesionales. Desde un edificio que empezaba y acababa en sí mismo, y que he resuelto casi en solitario, hasta proyectos en los que he trabajado junto a amplios equipos. Estoy a medio camino entre esa figura de élite y la consultoría global. Dicho ésto, me doy cuenta de que siempre voy a necesitar estar cerca del diseño, del proceso de definición de los edificios. Pero también le digo que cada día me apetece más ocuparme de los grandes sistemas, de las grandes ciudades, de la sotenibilidad, de la vida comunitaria. Creo que ahí está el desafío del futuro. Y me apoyo en un equipo extraordinario, muy dotado para la investigación y la exploración.


Algunos críticos consideran que las grandes firmas, como la suya, -venden- marca, marquismo, antes que arquitectura.


Sólo puedo hablar por mí, no por mis colegas. La arquitectura abarca un amplio abanico. Tiene que ver con el espíritu. También incide en asuntos más o menos contables, como la calidad de vida o la alegría de sus moradores. Y tiene también un aspecto muy real y tangible. Particularmente, yo creo en una arquitectura atenta a las necesidades de la gente. En esa marca sí me reconocería. Si algún crítico se refiere a otro tipo de marquismo, enfín, ya sabrá por qué lo hace. En todo caso, cada edificio es un acontecimiento por sí mismo. Es algo singular. Por ello, a mí me parecería criticable una arquitectura que intentara venderse en función de su marca de fábrica, sin considerar, por ejemplo, el lugar en el que se construyera. Cada edificio es especial. También lo es cada cliente. Y cada parcela en la que se construye. Todo proyecto tiene que estar enraizado, contextualizado en el lugar donde se levanta. Resumiendo, si me pregunta si me parece bien la arquitectura de marca, si creo que la marca de un arquitecto aporta una solución universal, la respuesta es no.

Daniel Libeskind manifestó que la arquitectura es espectáculo, que debe competir y hacerse ver. ¿Está de acuerdo?


No.

El premio FAD de este año lo han ganado dos treintañeros con un bloque de viviendas sin voluntad de estilo. Dicen preocuparse más por los usuarios que por la arquitectura.


Me gustaría ver ese proyecto. Pero si les han premiado, por algo será. Aquí va mi felicitación. Es bueno poner énfasis en tales aspectos, en el servicio al usuario. Yo aplaudo eso. Los edificios, la arquitectura, deben estar al servicio de lo que necesita la gente. Y es por ello que antes le decía que la arquitectura tiene responsabilidades más allá de cada edificio. A no ser que ese edificio esté aislado en un bosque, claro. Pero si está en la ciudad debe ocuparse de hacerla mejor y estar integrado en sus sistemas.


Desde que Bilbao inauguró el Guggenheim de Gehry y se puso en el mapa global, otras ciudades españolas han querido seguir el ejemplo y han confiado grandes obras a arquitectos estrella. ¿Está este método agotado?


Bueno, cada caso es particular. No deberíamos confundirnos acerca de Bilbao. Frank Gehry estaría de acuerdo conmigo si digo que el de Bilbao es un caso singular. Allí se planificó todo muy cuidadosamente, incluso antes de la operación Guggenheim. Se meditaron mucho las cosas, de modo que el éxito de la operación, en su conjunto, es merecido. Tuvieron mucha habilidad para organizar la transformación, para sumar y coordinar esfuerzos, para comunicar los resultados de la operación. No estoy seguro de que otras ciudades españolas hayan hecho las cosas del mismo modo, con el mismo cariño.