El arquitecto formalista más significativo fue Philip Johnson (1906). A finales de los años cincuenta, Johnson se desvinculó de la influencia de Van Der Rohe para comenzar una trayectoria propia. Tomó como referencia catedrales y grandes templos para desencadenar profundas emociones en el público. A este objetivo responde su pabellón de New Harmony (1960). Este edificio, de exuberante forma acampanada, resulta insólito si lo comparamos con la austeridad imperante en la época anterior. Johnson empleó arcos sin función alguna, oponiéndose así a la tendencia funcionalista. Resulta especialmente interesante su Kline Science Center (1962-1965) de la Universidad de Yale, en Estados Unidos, por su carácter monumental.

Con  la capilla de Ronchamp Le Corbusier, un hombre funcionalista y muy rígido, en un principio, es capaz de evolucionar a un parámetro de formas orgánicas y figuras ligeras que fue capaz de imaginar teniendo como referencia el entorno. De forma que no habría Ronchamp sin la colina y no habría peregrinación sin la capilla. Posiblemente se trate del edificio más plástico jamás construido en nombre de la arquitectura moderna, expresándose a través de la forma y fusionando forma, significado, espacio y luz.

 

Y esque, ¿cómo se obtiene belleza de una función, cuando en sí misma una función no es más que un concepto?

En el campo de lo material, la función es inexistente y el formalismo adquiere toda la importancia resultando una envolvente que logra un aspecto estético pero por el contrario poco funcional. Siguiendo esta idea se puede concluir que la belleza del espacio no está dada por ninguna función, sino por el espacio mismo. La función puede llegar a determinar ciertos parámetros a nivel de proyecto, pero no es determinante de un espacio, dado que no hay espacios predeterminados para ciertas funciones. En sentido muy general, formalismo designa la tendencia a ocuparse principalmente, si no exclusivamente, de caracteres formales.

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