Señoras, señores,

Esta noche quisiera intentar mostrar que la arquitectura de la época moderna ha salido de sus vacilaciones, que posee la técnica sana y poderosa capaz de sostener una estética, ya formulada, por otra parte, por prescripciones profundas; técnica absolutamente nueva, pura y homogénea; estética que es la conclusión de una época totalmente renovada y que, tras muchos avatares y caminos opuestos, ha logrado alcanzar, en lo más hondo de nosotros mismos, las bases esenciales de nuestra sensibilidad, las bases puramente humanas de la emoción.

Y tal vez será entonces cuando tomemos conciencia de que esta nueva arquitectura, así condicionada, es susceptible de grandeza y de añadir un nuevo eslabón en la línea de las tradiciones que se hunde en el pasado.

Voy a empezar haciendo desfilar ante sus ojos una serie de hechos.

(Se proyecta sobre la pantalla una serie variada de clichés: un centenar de imágenes se siguen por grupos, precedidos por un argumento, como un film:)

1.

- SURGEN OBJETOS NUEVOS, ASOMBROSOS, TEMERARIOS, ANIMADOS DE GRANDEZA, CONMOCIONANDONOS, PERTUR­BANDO NUESTRAS COSTUMBRES.

2.

- LA PRECISIÓN REINA.
- LA ECONOMÍA MANDA.
- INVENCIBLEMENTE SOMOS ATRAÍDOS HACIA UN NUEVO EJE.
- HA EMPEZADO OTRA ÉPOCA.
- EN LA ATMÓSFERA PURA DEL CÁLCULO VOLVEMOS A ENCONTRAR CIERTO ESPÍRITU DE CLARIDAD QUE ANIMÓ EL PASADO INMORTAL. SIN EMBARGO, LA PEREZA DOMINA NUESTROS ACTOS Y NUESTROS PENSAMIENTOS: PESADUMBRES, RECUERDOS, DESCONFIANZA, TIMIDEZ, MIEDO, INERCIA.

3.

- UN SIGLO DE CIENCIA HA CONQUISTADO MEDIOS PODEROSOS Y DESCONOCIDOS HASTA HOY.
- LA MATERIA ESTÁ ENTRE NUESTRAS MANOS.
- ESTE SIGLO DEL HIERRO ES NUEVO, FRENTE A LOS MILENIOS.
- EN TODOS LOS CONTINENTES EMPIEZA UNA INMENSA LABOR.
- EL ESPÍRITU SE COMUNICA DE PUEBLO EN PUEBLO Y EL PROGRESO PRECIPITA SUS CONSECUENCIAS.

4.

- POR TODAS PARTES SURGEN INTERROGANTES.
- SIGNOS DE INQUIETUD.
- TESTIGOS DEL DESEO DE CONOCER.
- PRESAGIOS DE ACTOS QUE QUIEREN SER CONCISOS Y CLAROS.

5.

- EL HOMBRE QUEDA ANHELANDO.
- SU CORAZÓN, SIEMPRE UN CORAZÓN DE HOMBRE, BUSCA LA EMOCIÓN MÁS ALLÁ DE LA OBRA UTILITARIA, ASPIRA A SATISFACCIONES DESINTERESADAS.
- DE LOS NUEVOS HECHOS SE DESPRENDE UNA POESÍA VIOLENTA Y RADIANTE.
- EL CORAZÓN INTENTA ACORDAR LOS HECHOS BRUTALES CON LOS STANDARDS PROFUNDOS E ÍNTIMOS DE LA EMO­CIÓN.

Acaban de ver ustedes en la pantalla una serie heteróclita de imágenes; esta serie, chocante en extremo, sorprendente en todo caso, constituye el espectáculo casi cotidiano de nuestra existencia; y estamos en un momento en que cada día se proponen tales inno­vaciones turbadoras, contrastes tan sorprendentes que quedamos trastornados y, como mínimo, siempre fuertemente conmocio­nados.

Antes han visto ustedes el paquebote "París", por ejemplo, que les habrá parecido algo notable, soberbio; después han visto el salón de ese mismo paquebote que, sin duda, les ha helado el espí­ritu: parece, en efecto, asombroso encontrar, en el corazón de una obra tan perfectamente ordenada, una tal antinomia, un tal contra­rio, una tal falta de unión, a decir verdad una tal contradicción: divergencia total entre las líneas maestras del navío y su decora­ción interior; las primeras son la obra científica de los ingenieros, la otra de los llamados decoradores especialistas.

Asimismo, han visto sucederse las salas de los castillos de Fontainebleau y Compiègne, así como la galería Colonna de Roma: obras célebres, llenas de valores diversos, que pertenecen a otra época: compárenlas con lo que, en nuestro tiempo, constituye el marco de nuestra vida; les parecen chocantes, desplazadas, y llevan a nuestro espíritu hasta hacerle admitir con toda naturalidad que es en otra parte donde hay que buscar para aprender algo.

Pero en nuestras escuelas sólo se da a los alumnos una ense­ñanza basada en estas obras de otro tiempo: así se comprende fácilmente la desazón que reina en los espíritus y el estado absoluto de crisis en el que nos debatimos.

Al lado de esto, se les han enseñado a ustedes interiores de bancas americanas: son de tal pureza, de tal precisión, de tal conve­niencia que estamos muy cerca de encontrarlos bellos. Han sido hechos por un arquitecto, ciertamente con mucho talento, que parece deber estar animado por la lógica y por una gran claridad de espíritu: sin embargo, en el "Bankers Magazine", que publica sus obras, este hombre ha añadido una invitación a los lectores para visitarle y, para atraerlos, no ha encontrado nada mejor que publi­car el interior de su despacho de trabajo. Y en esta imagen se ve una habitación amueblada, con baúles Renacimiento e, incluso, en un rincón, una armadura de guerrero, alabarda en mano, una inmensa mesa Luís XIII con enormes patas torneadas y esculpidas, tapicerías... ¡El hombre que así amuebla su despacho es el mismo que ha concebido esos interiores de bancas, obras de lógica pura! Ahí está el desacuerdo.

Otra cosa más. El año pasado visité, en los Alpes, los trabajos de una inmensa presa: esa presa será, ciertamente, una de las obras más bellas de la técnica moderna, una de las cosas más subyugantes para quien tenga la posibilidad de entusiasmarse: sin duda el sitio es grandioso, pero el efecto producido se debe sobre todo al esfuerzo combinado de la razón, la invención, el ingenio y la temeridad. Me acompañaba un amigo, un poeta: tuvimos la desgracia de comunicar nuestro entusiasmo a los ingenieros que nos acompañaban por la obra: no conseguimos más que despertar su risa y sus burlas, casi diría su inquietud. Aquellos hombres no nos tomaron en serio; se dirían que estábamos un poco locos. Intentamos explicarles que, si encontrábamos su presa admirable, era porque comprendíamos lo que la envergadura de tales trabajos, trasladada a las ciudades, por ejemplo, podría traer como transformaciones radicales. Y, de pronto, estos hombres, que sin embargo manejan lo positivo, lo lógico y práctico, exclamaron: "¡Pero ustedes quieren destrozar las grandes ciudades!, ¡son unos bárbaros!, ¡olvidan las reglas de la estética!". Eran totalmente distintos de nosotros, por su mismo estado de espíritu: habituados a concebir y ejecutar obras de cálculo puro, se nos revelaron incapaces de imaginar, en un terreno distinto al suyo, las consecuencias de su propia actividad; se habían quedado en hombres de otro tiempo.

En realidad, vivimos en un estado de cosas trastornado, y estamos obligados a hacer una revisión total de valores si queremos intentar ver claro en la actual situación, y llegar a constatar que hemos alcanzado un concepto muy distinto del que pudieran tener nuestros padres y nuestros abuelos, si queremos llegar a apreciar que la vida que llevamos es radicalmente opuesta, muy distinta en todo caso de lo que fue la vida de las generaciones que nos precedieron.

Estamos en presencia de un acontecimiento nuevo, de un espíritu nuevo, más fuerte que todo, que pasa por encima de todas las costumbres y tradiciones y que se difunde por el mundo entero; las características precisas y unitarias de este espíritu nuevo son todo lo universales, todo lo humanas que se puede y, sin embargo, jamás fue tan grande el abismo que separa la antigua sociedad de la sociedad maquinista en la que vivimos.

Nuestro siglo y el siglo anterior se oponen a 400 siglos anteriores: la máquina, basada en el cálculo, que ha nacido de las leyes del universo, ha erigido, frente a las divagaciones posibles de nuestro espíritu, el sistema coherente de las leyes de la física; imponiendo sus consecuencias a nuestra existencia y forzando nuestro espíritu hacia un determinado sistema de pureza, ha modificado ya el marco de nuestra vida: se ha abierto un foso entre dos generaciones.

Ante este foso, debemos reflexionar, detenernos e intentar ver lo que toca decidir para empezar a crear el mecanismo verdadera­mente actual de nuestra existencia.

Sin medir muy exactamente los hechos somos, en este momento, individuos revolucionados. Apenas lo advertimos. Participamos en una vida rápida, apresurada, dura, penosa, a menudo abrumadora; tenemos la impresión de que esto puede ser siempre así, que quizás se vuelve cada día un poco más difícil, pero no tenemos la sensación, lo repito, de que estemos completamente revolucionados respecto al período anterior.

Sólo una mirada lanzada a la historia nos permitirá damos cuenta de la distancia. En efecto, se ven, en la vida de los pueblos, ciertas horas en las que la curva espiritual encuentra su punto de inflexión, marcando la transición de una forma de pensar a otra, de una determinada cultura a otra cultura totalmente diferente.

Lo que quisiera mostrar es que se establece una jerarquía entre los distintos estados de espíritu, entre los distintos sistemas del espíritu, y que algunos son, quizás, superiores a otros. Esto, en todo caso, me permito afirmarlo, porque para mí es una certeza (y se lo demostraré) que el espíritu se manifiesta por la geometría. De ahí deduciré que, cuando la geometría es todopoderosa, es que el espíritu ha hecho un progreso respecto al tiempo de barbarie anterior.

….

Sucede, así, que, a través de las sucesivas etapas de la arquitectura, el espíritu se cultiva y afina; por otra parte, los medios se desarrollan y vuelven cada vez más precisos y poderosos: detentamos un medio que nos da lo ortogonal y la geometría pura, y debemos subrayar con entusiasmo esta adquisición, pues nos permitirá abordar obras de alta arquitectura. Este espíritu de geometría es ciertamente la cosa más preciosa que pueda actualmente interesarnos. Pero, en el actual momento de la evolución, el reconocimiento de este principio es un hecho bastante nuevo.

Cuando, en 1920, con dos amigos, Ozenfant y Dermée, fundamos el Esprit Nouveau, estábamos frente al fenómeno cubista, entonces en plena potencia: fuente de profundos inventos, violento acto de revuelta y nueva toma de contacto con los elementos de la plástica. Junto al cubismo, el futurismo se entregaba a estados de ánimo descabellados, entusiastas, desbordantes, sin medida. Por último, el dadaísmo, movimiento de jóvenes, representaba con esplendor ese período de la vida entre los 20 y 30 años, cuando se niega todo, cuando no se cree en nada que uno mismo no haya comprobado.

El Esprit Nouveau, en ese momento, se fijaba como programa poner al día, a ser posible, un sistema constructivo. No podíamos hacer más que ocuparnos del maquinismo, estimando que era el fenómeno nuevo, el acontecimiento de la época. Ahora se nos ataca, y estos ataques van acentuándose. ¡El maquinismo -dicen-, siempre habláis de lo mismo, ya lo conocemos; nos castigáis los oídos, nos aburrís!

Si ya se está cansado de oír hablar del maquinismo, es prueba de la fabulosa rapidez con que las ideas se implantan: cuando emprendimos nuestros intentos de depuración en un medio tumultuoso de ideas y de construcción de un sistema coherente del espíritu, basándonos en la actual transformación de la sociedad, del estado social, éramos nuevos; sólo podíamos encontrar gente que gritaba de gusto o de indignación ante el tumulto de la máquina, ante la máquina ametralladora, el martillo pilón, la máquina humeante, la máquina devoradora de hombres; nosotros, al contrario, queríamos llegar a aprender la lección de la máquina, a fin de abandonarla después a su simple papel, que es el de servir. No queríamos admirarla más, sino estimarla; queríamos clasificar los acontecimientos para ofrecer a nuestro corazón, tras esta victoria de la razón, los elementos por los que puede emocionarse.

Esta clasificación que habíamos emprendido fue útil, creo yo, para toda una serie de investigaciones que siguieron después.

En aquel momento, también llegamos a precisar las condiciones en que se desarrollaba el maquinismo, la ley de economía que es el medio por el que se dirige todo el trabajo moderno. Constatamos que el maquinismo está basado en la geometría y, finalmente, establecimos que el hombre sólo vive, de hecho, de geometría, que esa geometría es, hablando con propiedad, su lenguaje mismo, significando con esto que el orden es una modalidad de la geometría y que el hombre sólo se manifiesta por el orden.

Lo primero que hace un hombre es establecer lo ortogonal frente a sí, arreglar, poner en orden, ver claro frente a sí; ha encontrado el modo de medir el espacio por medio de coordenadas sobre tres ejes perpendiculares. Este fenómeno de orden es tan innato en él que incluso podemos extrañamos de tener que hablar de ello. Pero no olvidemos que salimos de un período -el final del siglo XIX- de reacción contra el orden, de miedo ante esa violenta instigación al orden que llevaba la máquina, y de reacción terrible: no se quería orden; el hecho de organizar la nueva vida sobre el fenómeno del orden es una creación que se remonta sólo a algunos años.

El hombre, afirmo, se manifiesta por el orden: cuando salen ustedes de París en tren, ¿qué ven extenderse ante sus ojos, sino una inmensa puesta en orden? Lucha contra la naturaleza para dominarla, para clasificar, para estar a gusto, en una palabra, para instalarse en un mundo humano que no sea el medio de la natura­leza antagonista, un mundo nuestro, de orden geométrico. El hombre sólo trabaja sobre geometría. Los raíles son de un parale­lismo absoluto, los taludes son la realización de dibujos geométri­cos; los puentes, los viaductos, las esclusas, los canales, toda esta creación urbana y suburbana que se desarrolla a lo lejos en los campos, muestra que, cuando el hombre actúa y quiere hacer acto de voluntad, se convierte por fuerza en un geómetra y crea sobre la geometría. Su presencia se traduce en que, en un paisaje que es un hecho de la naturaleza, presentándose bajo un aspecto accidental, el trabajo humano sólo existe bajo forma de rectas, verticales, horizontales, etc. Y es así como se trazan las ciudades y como se hacen las casas, bajo el reinado del ángulo recto.

El hecho de reconocer en este ángulo un valor decisivo y capital es ya una afirmación de orden general muy importante, determinante en estética y, por consiguiente, en arquitectura.

Llegamos pues al fenómeno de geometría en la arquitectura, en unos tiempos que, creo, en arquitectura puede ya empezar a formularse porque existen medios.

La arquitectura no se hubiera formulado hace quince o veinte años, porque no disponíamos de manera indiscutible de ese medio que es el hormigón armado.

Cierto, el hormigón armado existe desde hace unos sesenta años, pero sólo desde hace poco tiempo es utilizado y admitido corrientemente por todos. Este medio, convertido en usual y puesto a disposición de todos, es, lo repito, de base ortogonal; lógicamente, procede elementalmente del ángulo recto; está, pues, hecho para seducimos, porque contiene un principio fundamental de nuestro goce estético.

(Pido disculpas por lo que voy a decir, por tomar ejemplos en mis trabajos y de mi asociado, Pierre Jeanneret, en el deseo de hablar sólo de cosas que conozco bien y de evitar así posibles errores.)

Estamos acostumbrados a buscar el fenómeno arquitectónico sólo en el estudio de los palacios; estos, evidentemente, representan una cierta conclusión. Pero yo hablaré simplemente de la casa, que es un pretexto más que suficiente para formular las leyes y reglas de la arquitectura. La arquitectura actual se ocupa de la casa, de la casa normal y corriente, para hombres normales y corrientes. Abandona el palacio. Estudiar la casa para el hombre corriente, "llano", es recuperar las bases humanas, la escala humana, la necesidad tipo, la función tipo, la emoción tipo.

La casa tiene dos finalidades. Es, primeramente, una machine à habiter, es decir, una máquina destinada a procuramos una ayuda eficaz para la rapidez y la exactitud en el trabajo, una máquina diligente y atenta para satisfacer las exigencias del cuerpo: comodidad. Pero luego es el lugar útil para la meditación, y finalmente el lugar donde la belleza existe y aporta al espíritu la calma indispensable; no pretendo que el arte sea un plato para todo el mundo, simplemente digo que, para ciertos espíritus, la casa debe aportar el senti­miento de belleza. Todo lo que concierne a las finalidades prácticas de la casa ya lo aporta el ingeniero; en lo concerniente a la meditación, al espíritu de belleza, al orden reinante (y que será el soporte de aquella belleza), lo hará la arquitectura. Trabajo del ingeniero por una parte; arquitectura por otra parte.

La casa procede directamente del fenómeno de antropocentrismo, es decir, que todo se remite al hombre, y esto por la razón bien simple de que la casa, fatalmente, sólo nos interesa a nosotros y más que cualquier otra cosa; la casa se adapta a nuestros gestos: es la concha del caracol. Es necesario, por tanto, que esté hecha a nuestra medida.

Remitirlo todo a la escala humana constituye, así, una necesidad; es la única solución que se puede adoptar; es, sobre todo, el único medio para ver claro en el problema actual de la arquitectura y para permitir una revisión total de los valores, revisión indispensable tras un período que es, en suma, la última ola del Renacimiento, la culminación de casi seis siglos de cultura pre-maquinista, período brillante que vino a romperse ante el maquinismo, período que, contrariamente al nuestro, se consagró al fasto exterior, palacios de los señores, iglesias de los papas.

Pero, como ya he dicho, nos hallamos frente a un fenómeno nuevo, el maquinismo: los medios para construir una casa a escala humana están totalmente trastornados, prodigiosamente enriquecidos, opuestos a las costumbres, hasta el punto de que nada de lo que nos ha legado el pasado es de alguna utilidad, y que una estética nueva se está buscando a tientas. Estamos al comienzo de una nueva forma: es ella lo que vamos a intentar expresar.

….

Hasta 1900, cuando se hablaba de las casas, se entendía por ello unas paredes y un tejado; eran las dos partes determinantes de la casa. Sin decir una agudeza, podemos afirmar que las paredes y los tejados ya no existen, ya no tienen razón de existir. Voy a intentar explicar lo que ustedes podrían tomar como un chiste.

Antaño, una pared tenía diferentes funciones: servía para defenderse de los malhechores; muros de ciudades, de fortalezas, de casas, todo ello descansaba sobre una idea de defensa. Una vez desaparecida esta primera utilización, las paredes han permanecido, porque tenían otra función, la de soportar los pisos. Debían ser gruesas, puesto que se hacían con piedras que se unían difícilmente, sobre todo porque no se disponía de conglomerante de fuerte adherencia, es decir de mortero; el mortero no hizo su aparición hasta finales del siglo XIX; no se disponía más que de barro, arcilla o cal débil para ensamblar mejor o peor piedras o guijarros: era preciso pues hacer paredes gruesas para hacerlas suficientemente sólidas.

Cuando aparecen los cementos artificiales, conglomerantes más duros que la piedra, en seguida se piensa en hacer paredes menos gruesas. Pero este invento, que condujo a la creación del hormigón armado, hizo pronto considerar la supresión misma de los muros portantes. Con los pilares empleados hoy en día, tengo derecho a decir que la pared está suprimida. No tengo más que tapar el intervalo entre dos pilares para defenderme del frío, del calor o de los intrusos, advirtiendo que una pared delgada pero doble es más eficaz que una pared simple y gruesa.

Gracias a los materiales modernos, la pared ya sólo está constituida por una fina membrana de ladrillos o cualquier otro producto que forme un cerramiento, duplicada por una segunda membrana en el interior; lo que antes era un órgano portante se ha convertido en un simple relleno: llevando las cosas al absurdo, podría hacer sin dificultad y sin peligro paredes de papel: la solidez del edificio no se resentiría.

He aquí pues un fenómeno nuevo en arquitectura; ya no tengo que utilizar los enormes espesores y las grandes superficies de paredes que llevaban en sí un sistema estético determinado.

La técnica moderna nos conduce aún a otras consecuencias. El tejado inclinado era, antaño, el único medio de evacuar las aguas de lluvia. Sin embargo, desde finales del siglo XIX, el cemento Portland permite hacer tejados planos, en terraza, absolutamente estancos.

Sé que formulando esta afirmación voy a suscitar dudas, pero la mantengo categóricamente. Si muchos constructores han fallado en los tejados en terraza, es porque lo han abordado mal, mezclando viejos principios con nuevos procedimientos.

Antes, los tejados estaban constituidos por un armazón de madera, las lluvias se recogían por los canalones: no había otro sistema. Pero hoy, una superficie de cemento armado puede evacuar las aguas de lluvia no ya al exterior, sino al interior de la casa; hay que construir la cubierta en forma de cubeta.

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Por consiguiente, cuando digo que ya no hay tejados, ni paredes, y que estos factores actúan profundamente sobre la estética, me veo obligado a buscar una nueva estética.

Para poder ser formulada, esta estética necesita acomodarse a unas bases seguras: ¿Cuáles pueden ser?

La fisiología de las sensaciones nos da un punto de partida útil.

Esta fisiología de las sensaciones es la reacción de nuestros sentidos frente a un fenómeno óptico. Mis ojos transmiten a mis sentidos el espectáculo que se les ofrece. Frente a estas diversas líneas que trazo sobre la pizarra, nacen otras tantas sensaciones diferentes: frente a una línea quebrada o continua, incluso el sistema cardíaco se ve influenciado; sentimos las sacudidas o la suavi­dad de las líneas que miramos.

Busquemos seguidamente las repercusiones sobre nuestra sensi­bilidad de estas sensaciones fisiológicas; llegaremos a hacer una selección: tal línea quebrada es desagradable; tal otra continua es agradable; tal sistema de líneas incoherentes nos afecta, tal otro de líneas rítmicas nos equilibra, y pronto os dais cuenta de que se hace una elección, que se establece una preferencia y que volvéis irremisiblemente a lo que los artistas han hecho y escogido siempre, a unas líneas y a unas formas que satisfacen nuestros sentidos.

En este campo de líneas y formas que satisfacen nuestros sentidos, verificamos una vez más que la geometría es todopoderosa.

La consecuencia será el empleo de formas de geometría pura; esas formas tendrán para nosotros un atractivo considerable, y esto por dos razones: en primer lugar, actúan claramente sobre nuestro sistema sensorial; seguidamente, desde el punto de vista espiritual, llevan en sí la perfección. Son formas que están generadas por la geometría, formas que llamamos perfectas, y cada vez que encontramos una forma perfecta experimentamos una gran satisfacción. Sepamos que estamos en una época en que, por primera vez, gracias al maquinismo, vivimos en cohabitación efectiva con las formas puras de la geometría.

Quisiera hacerles medir cómo se concreta la composición de la obra arquitectónica y cómo el fenómeno geométrico de la arquitectura desemboca en la precisión.

He dicho que la cuestión técnica precede y es la condicionante de todo, que trae consecuencias plásticas imperativas y que conduce a veces a transformaciones estéticas radicales: se trata luego de resolver el problema de la unidad, que es la clave de la armonía y de la proporción