LA VELOCIDAD DEL DÍA A DÍA

 

Podríamos medir la velocidad de nuestros días relacionando la cantidad de acciones que llevamos a cabo con el tiempo del que disponemos para ellas. Los días duran veinticuatro horas y eso no lo podemos cambiar pero cada día tenemos más faenas y menos tiempo, parece que la velocidad de nuestro día a día se ha disparado.

 

Esta velocidad afecta a algunas de nuestras funciones más básicas. La manera de movernos, la manera de alimentarnos o la manera que tenemos de relacionarnos con los demás, se ven afectadas por la rapidez de nuestros días. Sacrificamos el tiempo para comer y perdemos tiempo en grandes desplazamientos. La prisa y el “no llego” son una constante en la forma de vida de hoy, y eso perjudica la manera que tenemos de relacionarnos. No tenemos tiempo para pensar en cómo mejorar nuestro trato con los demás y con nosotros mismos.

 

Las consecuencias son visibles. En lo que se refiere a la arquitectura, los espacios dedicados a estas funciones como la alimentación, el transporte o las relaciones y comunicaciones han menguado. Los espacios públicos se llenan de velocidad con los coches aunque no se mejora la forma de transportarnos (atascos, accidentes, distancias,…); la comida basura nos alimenta en poco tiempo pero la calidad se resiente; nuestras relaciones son rápidas, tenemos Internet, móviles, televisión,… pero nos alejamos del contacto directo con los demás.

 

Los espacios públicos dedicados a la comunicación y a las relaciones, se reducen lo mismo que se reduce el tiempo que se dedica a estas relaciones, los estímulos y el ajetreo les ganan cada vez más terreno. La velocidad de nuestro día a día es más rápida que nunca.

 

 

 

Times square (nueva York), la velocidad ha cambiado los espacios públicos.

UN DÍA CUALQUIERA

Suena el despertador con un sonido que destroza la tranquilidad, a las siete de la mañana Marta se despierta, tiene el tiempo justo para tomarse un café antes de coger el metro para ir al trabajo. Entra a las ocho y media, descansa media hora para comer y sale a las cinco de la tarde. Al salir del trabajo puede parar una hora hasta las seis, entonces tomará un autobús para llegar al máster que está haciendo desde hace un mes y que empieza a las siete de la tarde. A veces aprovecha la hora que le queda entre las cinco y las seis para quedar con alguna amiga, pero sólo tiene tiempo de tomarse otro café. El máster dura desde las siete hasta las diez y cuando acabe Marta volverá a casa cansada y sin ganas de cenar, se irá a dormir después de ver un poco la tele pensando en las cosas que tendrá que hacer al día siguiente.